La muerte del suboficial José Munive Gurmendi, emboscado en La Victoria durante una intervención policial, ha desatado duras críticas contra la Policía Nacional por las condiciones en que trabajan sus agentes. Munive, quien fue atacado por delincuentes armados, había comprado con su propio dinero el chaleco antibalas que llevaba puesto, el cual, según expertos, no brindaba la protección necesaria frente al nivel de violencia que enfrenta la ciudad.
Johan Tintaya, experto en seguridad táctica, explicó que el chaleco usado por Munive era del nivel más básico y carecía de placas laterales o cerámicas, fundamentales para proteger zonas vulnerables como la cervical, donde también fue impactado su compañero Henry del Carpio. “Desde que me lo coloco me falta el aire. No es ergonómico y desenfundar el arma toma más de dos segundos. En situaciones reales eso es fatal”, señaló. Además, advirtió que la vida útil de estos equipos, según estándares internacionales, no supera los cinco años, a diferencia de lo dicho por el director de la PNP, Víctor Zanabria, quien aseguró que pueden durar hasta diez.
El costo de un chaleco de nivel 3 con protección 360 grados, según explicó Tintaya, supera los 3,000 soles, una inversión imposible de asumir por la mayoría de suboficiales. Mientras tanto, desde el alto mando se justifica la falta de cobertura completa con argumentos de operatividad: “Una coraza impediría acciones médicas inmediatas y dificultaría el uso del arma”, declaró Zanabria. Sin embargo, estas declaraciones no convencen, ya que muchos países implementan chalecos de alto nivel sin comprometer movilidad.
CUESTIONAN AL GOBIERNO
El exdirector de la PNP Eduardo Pérez Rocha instó a la Contraloría y al Ejecutivo a investigar por qué la Policía Nacional del Perú no ha adquirido un nuevo lote de chalecos antibalas en los últimos ocho años, pese a que estos implementos son vitales para salvar la vida de los efectivos. “Si tienen vigencia de cuatro años, no sirven”, sentenció. En medio del luto y la indignación, la cifra es clara: 3,200 soles podrían marcar la diferencia entre la vida y la muerte.